En este caso prefiero ser sincero que políticamente correcto. Desde que empecé a trabajar hace ya mucho tiempo me he movido casi siempre en el mismo sector, las obras y los proyectos, que requieren desplazamientos largos. En mi primer trabajo tenía un coche de mi empresa para moverme por ahí y diría que siempre andaba a todo lo que daba el coche, como un compañero y yo solíamos decir nuestros coches solamente tenían quinta velocidad (entonces casi ni existían los cambios de marcha de seis velocidades) y pie en la tabla, es decir, acelerador a fondo. Un día, un encargado de la obra donde trabajaba, al que yo respetaba mucho, me dijo: “el otro día te vi adelantarme como una flecha, recuerda, cualquier tonto puede acelerar, pero es más difícil parar a tiempo”.
De verdad que aquella frase me hizo reflexionar y he podido comprobar reiteradamente que por mucho que uno corra en carretera se tarda un tiempo mínimo en cualquier trayecto.
Con los años y varios cientos de miles de kilómetros en las espaldas, puedo decir que de verdad no vale la pena no respetar los límites de velocidad. Si llego tarde, paro un momento y llamo para decir que me esperen y ya está.
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